La protagonista de nuestra historia es Lena. Esta joven, de 16 años, nació en Ontario, Canadá, dentro de una población conocida como Amish. Esta comunidad era muy diferente al presente. Eran personas reservadas y pacifistas cuyo estilo de vida tenía unas características muy particulares:
- No disponían de electricidad y por tanto ni de televisión, ni teléfono ni cualquier otro tipo de aparato eléctrico,
- Se desplazaban en carros tirados por caballos porque no admitían los automóviles ni transporte público,
- Vivían en zonas rurales, ganándose la vida con la agricultura y la ganadería, principalmente; también algo de artesanía,
- Vivían al margen de lo que entendemos por progreso,
- Los hombres, vestían de negro, con sombrero de ala ancha,
- Las mujeres vestían también de negro con vestidos propios del S.XVIII sobre los que se ponían un delantal blanco y un chal en la espalda. Llevaban el cabello recogido y nunca se cortaban el pelo que lo llevaban oculto en un gorro de tela y por último,
- Hablaban tres idiomas: un dialecto del alemán, alemán culto e inglés.
A Lena no le convencía demasiado este estilo de vida pero aguantaba porque todo el mundo hacía lo mismo. No pensaba que pudiese sobrevivir en otro lugar pero todas las noches se dormía imaginando una nueva vida en un sitio diferente.
Esta idea la compartía con sus dos mejores amigas, Judith y Esther. Las tres se pasaban horas y horas sin dejar de hablar de lo que podría ser su existencia en algún otro país.
Una noche de agosto, mientras Lena intentaba conciliar el sueño, escuchó golpecitos en la ventana, se asomó y resultó que Judith y Esther estaban bajo su ventana con unos carteles en los que ponía:
Lena, de la forma más sigilosa que pudo, se puso unas zapatillas y bajó a la puerta donde sus amigas le esperaban.
- Chicas, ¿qué es tan importante que no puede esperar a mañana? preguntó Lena.
- ¡Hemos planeado una cosa! Contestó Judith.
- Tras discutirlo durante un buen rato hemos decidido que mañana, en cuanto nos despertemos, diremos a nuestra familia que queremos otro estilo de vida, más acorde con lo que vive el resto de la humanidad y que si seguimos aquí nos arrepentiremos de no haber dado el paso, cuando era posible, explicó Esther.
- Así que, chicas, preparemos una pequeña maleta donde metamos lo imprescindible para sobrevivir, ¡ya tendremos tiempo de comprar ropa! añadió Judith.
- Prometimos que las tres siempre juntas ¿no? Aunque me dé un poco de miedo la reacción de mi familia, creo que ya es el momento de empezar a tomar decisiones, dijo Lena
- ¡Muy bien! Pues quedamos a las 11:00 en frente de mi casa, continuó Judith. ¡Suerte a las dos!
Lena se metió en la cama, cerró los ojitos e intentó dormir. Al cabo de una hora, vio que no podía conciliar el sueño y decidió empezar a hacer la maleta. Metió un poco de ropa interior, un pijama, los únicos zapatos que tenía, las camisetas interiores que se ponía debajo del vestido y el poco de dinero que tenía ahorrado. No podía contar con ropa "normal", la que llevamos cualquiera de nosotros, porque ¡no tenía!
Siempre llevaba puestos los vestidos propios de su pueblo y sabía que el resto de la población vestía de una forma muy diferente porque los había visto cuando iba a la ciudad. Pero había una cosa que no podía faltar: el sombrero de ala ancha que tenía de su abuelo. Cuando falleció hacía dos años, le preguntó a su familia si se lo podía quedar de recuerdo y ellos no dudaron en dárselo a la pequeña de la familia.
Llegó la mañana, y como finalmente el sueño la había vencido, se despertó con los rayos de sol entrando por su ventana y se preparó, rápidamente. En la planta baja su familia estaba desayunando y pensó que era el momento idóneo para darles la noticia. Sus padres intentaron por todos los medios que cambiara de opinión pero en el fondo sabían que no lo lograrían porque hacía mucho tiempo que la veían triste y con necesidad de un giro en su vida. Le dijeron que no lo aprobaban pero eran y seguirían siendo sus padres, por lo que su casa siempre estaría abierta para que ella pudiera regresar cuando lo creyese conveniente.
Contaba con su apoyo y comprensión y jamás le darían la espalda, pasase lo que pasase.
El reloj de Lena marcaba las 10:45 así que se apresuró, cogió su pequeña maleta y se dirigió a casa de Judith. Las dos amigas estaban allí esperándola así que en cuanto llegó Lena, Judith le dio un sobre en el que había un billete con rumbo a Berlín, Alemania. La familia de Judith tenía mucho dinero porque sus antepasados habían sido personas muy importantes en Canadá y los bienes familiares seguían dando frutos de generación en generación.
Camino del aeropuerto cada una fue contando la experiencia con su familia y salvo matices, en general los tres casos habían sido muy similares, no lo aprobaban pero esperaban que volviesen.
Sin entrar en detalles de las peripecias vividas durante el viaje y consiguieron instalarse, al cabo de cinco meses la vida de estas chicas era muy diferente: Judith atendía mesas en un restaurante cerca del piso de donde vivían, Esther trabajaba como recepcionista en un hotel y Lena estaba encantada en una guardería porque le apasionaban los niños. Ganaban el sueldo justo para ir tirando bien, pero sin grandes lujos. Las tres habían madurado mucho desde que dejaron su casa porque se tenían que encargar de todo lo necesario para la casa, tenían que cumplir con unas obligaciones en el trabajo, responder la correspondencia, etc. Se habían convertido en mujeres hechas y derechas.
Esther llevaba un ritmo de vida muy acelerado, porque además de la recepción en el hotel, daba clases particulares por las tardes e iba al gimnasio. Se sentía muy realizada con todo lo que iba incorporando. Sus amigas le advirtieron que debía bajar el ritmo, porque el cuerpo se acabaría resintiendo y de esta forma una persona no podía vivir. Pero ella no les hizo caso. Días después empezó a encontrarse un poco mal, le flojeaban las piernas, tenía mala cara, moqueaba mucho, no paraba de estornudar… pero se negaba a ir al médico. Trató de seguir con la vida normal pero la cosa empeoró. Llegaron las fiebres altas, sudores, mareos y aún en contra de su voluntad, Lena y Judith consiguieron arrastrarla a Urgencias. Fue una prueba para las tres. No conocían más que la medicina tradicional ya que en su pueblo no existían los hospitales y a la gente la trataban en sus casas. Explicaron los síntomas al médico que mandó un análisis de sangre, radiografía de tórax y un par de pruebas más. Concluyó que lo que había empezado como una simple gripe se había convertido en neumonía. Necesitaba medicación, cuidados y reposo para recuperar la salud y las fuerzas. Les preguntó a las tres que quién se iba a hacer cargo de la paciente y de los gastos. El médico recomendó dejarla ingresada.
El mundo se les cayó encima a las tres. Su gran aventura había sufrido un traspiés inesperado, pero sabiendo que lo principal era la salud de Esther, buscaron cómo organizarse. Lo primero informar en el trabajo de la baja laboral; Judith y Lena hablaron con sus respectivos jefes que muy comprensivos, les ofrecieron la posibilidad de hacer menos horas para turnarse en el cuidado de Esther hasta que se recuperase. En unos días salió del hospital porque la situación crítica había sido superada, pero no estaba bien, ni mucho menos. Era evidente que necesitaba de mucho tiempo y cuidados para que se empezase a notar algo de mejoría. Por su parte Esther empezó a notar el cansancio en sus amigas: trabajar y cuidarla a ella se podía aguantar cierto tiempo, pero el estrés, la inquietud ante el futuro y el peso de la responsabilidad suponían un desgate físico y mental que aunque ninguna lo quería reconocer, era patente. Ya no estaban contentas, discutían por temas triviales y no encontraban ganas ni de sentarse a ver una película juntas.
Tampoco podían mantener esa situación laboral durante mucho más tiempo.
Así que un día, que como tantos otros hablaban del tema:
- si hace falta dejo el trabajo y me ocupo sólo de ella, dijo Lena.
- no nos vale esa solución, ya no contamos con el sueldo de Esther, y si tú tampoco trabajas, con los ahorros que tenemos no vamos a aguantar ni un par de semanas, respondió Judith.
- damos vueltas a lo mismo sin respuesta, ¿qué hacemos? Sollozó Lena un tanto angustiada.
- chicas… se oyó la voz de Esther. Sé que esto no estaba dentro de las soluciones plantadas, pero las tres sabemos que debería volver a casa. Mis padres me podrán cuidar y mejoraré en menos tiempo. Llevo mucho tiempo así y mi estado va a peor. Me faltan ánimos para luchar. Llevo pensándolo ya un tiempo y creo que es la mejor opción.
Su voz sonaba muy débil mientras que a sus ojos asomaban las lágrimas. Lena miró a Judith y ambas asintieron con la cabeza en un gesto de complicidad.
- las tres sabemos lo que toca. En su día lo prometimos y lo hemos cumplido hasta ahora: juntas para siempre, sentenció Lena.
La tarde fue muy triste para las tres porque sabían que su aventura llegaba a su fin, pero había una luz en sus corazones que calmaba la angustia de los últimos días. Estaban tranquilas porque habían aprendido muchas cosas en estos meses, habían madurado y habían vivido muchísimas experiencias que no cambiaban por nada. ¿Quién sabe si cuando Esther se recuperase podrían acometer nuevos retos?
En una semana, todo estaba listo, los billetes comprados, las maletas hechas, la casa como la habían alquilado y todo el papeleo con sus respectivos trabajos resuelto. Cerraron la puerta de aquella vida para volver con un poco de miedo a la anterior, pero con una mochila llena de experiencia.
Y llegaron a casa... las tres familias acogieron a sus hijas con los brazos abiertos y los padres de Esther agradecieron personalmente a Lena y Judith los cuidados dispensados a su hija, por haberla devuelto a casa y por haberla acompañado y seguirla acompañando.
En el fondo las tres sabían que daba igual a quien de las tres le hubiera pasado; el resultado hubiera sido el mismo. Una para todas y todas para una.